Sinopsis
Cuando nuestro amor por la música se vuelve casi una obsesión
La pregunta es muy sencilla.
¿Qué precio estás dispuesto a pagar por ella?
¿A qué serías capaz de renunciar?
¿Y si con ello perdieras a la persona que más quieres?
¿Volvería a amar tu corazón?
¿Nos dará la vida una nueva oportunidad?
¿O estaremos condenados eternamente a no escuchar más que el silencio?
Capítulo 1 Florencia, Italia 1535 Me dolían los dedos de tantas horas de práctica al piano. Tenía la cabeza embotada de tanto pensar… Mi padre estaba enfadado conmigo por ejercitar la mente y no los músculos. Aunque enfado era una palabra muy sutil para describir lo que sentía por su único hijo varón, si a eso se le sumaba que no le escribiera sonetos a la dama que habían elegido para ser mi esposa, la palabra se convertía en furioso, e incluso se quedaba corta. Los nobles teníamos que ser diestros en esgrima además de en otras muchas artes, tales como cazar, bailar y conversar, aunque sobre todo debíamos saber coquetear… Pero, para empezar, yo odiaba la caza y si bien la esgrima me gustaba, no tenía ni punto de comparación con el placer que me daba la música. En todos sus aspectos. Disfrutar escuchando un concierto o darlo yo mismo, el placer era idéntico. En cuanto a las mujeres, todavía no estaba interesado en ninguna de ellas y mucho menos en mi futura esposa. Siempre había odiado los jueves por la mañana, a primera hora tenía clase de gimnasia. Todo el instituto sabía por qué estaba exenta de ella, pero aunque nunca había asistido a clase, el profesor me obligaba a presentarme puntual en la puerta del gimnasio para, cinco minutos después, mandarme al aula de música, vacía a esas horas, a que hiciera los deberes o estudiara, tareas que ya traía hechas de casa. No es que fuera la más estudiosa del mundo, simplemente se trataba de que siempre he sido una persona organizada, nunca me han gustado los imprevistos. Así que como cada jueves, encendí el iPod, cogí el libro que había comenzado la noche anterior e intenté pasar los cincuenta minutos que quedaban para que terminara la clase lo menos aburrida posible, tarea de lo más complicada. Sabía que antes de empezar lengua inglesa, la segunda clase de la mañana, Andrea, mi mejor amiga, vendría a recogerme para irnos juntas a la próxima asignatura, así no estaría sola cuando fuera a recoger mis libros de la taquilla. Mientras, en la soledad del aula, sólo podía pensar que disponía de otro día más que agradecer. Me quedé atascada en mi lectura, había leído cuatro veces la misma línea sin llegar a entender lo que decía. Cerré los ojos y me esforcé en olvidar que el día pasaría pronto y que mi cuenta personal se iba extinguiendo poco a poco… Cuando terminaran las clases Andrea vendría a casa a estudiar, cenaríamos chino o kebab como cada semana, y en cuanto quisiera darme cuenta sería viernes, mi padre se iría de fin de semana y yo dispondría de la casa para mí sola. Torcí la boca mientras pensaba, conociendo a Andrea estaba segura que lo de la casa para mí sola era un sueño, una utopía, no me iba a librar de ella fácilmente. Se empeñaría en maquillarme y peinarme para mi no cita con Samuel, puesto que llevaba días pensando en lo que debía ponerme. ¡Por Dios! Solo era Samuel e íbamos a ir al cine. Habíamos ido miles de veces juntos desde que su familia se mudó a la casa de al lado cuando teníamos trece años. Habíamos cenado juntos otras tantas veces en todo este tiempo, y nunca había sido un hito en nuestras vidas. Supuse que el hecho de que esta vez fuéramos solos, lo hacía diferente a los ojos de mi amiga. Aunque lo que para mí marcaba la diferencia era que, desde hacía unos meses, nuestra relación se había vuelto de lo más confusa. Seguía siendo mi mejor amigo, pero a veces, estando con él, no podía evitar sentirme diferente, como si algo hubiera cambiado entre nosotros y yo no me hubiera dado cuenta hasta ese momento. En cualquier caso era una tontería mía, él jamás me había visto como a una chica y yo no terminaba de tener claros mis sentimientos por él. Dejé la mente en blanco en el momento en el que en mi iPod empezó a sonar Cut, no pude evitar que se me escapara de los labios la letra, fue entonces cuando tuve la sensación de que ya no estaba sola, que había alguien más… Alguien que me observaba en silencio. Apreté con más fuerza los ojos intentando borrar la intensa sensación que me cosquilleaba en el estómago. —¡Bravo! —aplaudió Andrea tres minutos después, cuando la canción llegó a su fin y mi voz se apagó. —¿Cuánto tiempo llevas ahí? —pregunté feliz. Siempre me había gustado cantar y, según mis amigos, lo hacía muy bien, de modo que los aplausos alimentaban mi ánimo más que cualquier otra cosa. Además, cantar siempre me proporcionab momentos de felicidad en los que me evadía de todo lo que me rodeaba, hasta de mi enfermedad. —Toda la parte final de tu actuación —bromeó—. ¿Nos vamos a clase? Intento aprobar lengua inglesa, y que el profesor sea tu padre no me facilita mucho la tarea, la verdad. Me conoce demasiado bien, sabe que no tengo perro que se coma mis deberes y que mi abuelita no está enferma. —Jajaja, ¿qué esperabas? A mí tampoco me sirve de mucho ser su hija, además no te hagas ilusiones, sabes que en cuanto puedan enviarán a un sustituto para Lucía. Mi padre ya tiene bastante con sus alumnos como para hacerse cargo de nuestra clase —comenté demasiado a la defensiva, Andrea no había dicho nada malo sobre mi padre, pero aun así, me puse en guardia instintivamente, mi padre era todo lo que tenía, junto con mi tío Damon, el hermano de mi madre, y ambos eran intocables. —Lo sé, pero espero que para entonces yo ya haya conseguido aprobar algún examen —sentenció hundiendo más los hombros. —No quiero ser borde, pero con Lucía tampoco los aprobabas —repliqué—. A lo mejor deberías pedirle ayuda a Marc para el próximo examen, sabes que la asignatura de lengua inglesa es su especialidad, siempre saca las mejores notas —automáticamente enrojeció. —No creo que sea necesario, aún queda esperanza para mí. Su cara brillaba ilusionada, así que me callé y no dije nada, preferí no fastidiarle el momento o insistir con que le pidiera ayuda a Marc. Era evidente que podía contar conmigo para el examen, pero yo estaba decidida a que esos dos terminaran juntos. Cuando estaban cerca, las chispas estallaban por todas partes, ya era hora que alguno de los dos moviera ficha y unas cuantas tardes de estudio serían el empujoncito perfecto para ello. El resto del día pasó sin pena ni gloria, estudiamos, comimos galletas y hablamos de chicos, una parte de mí esperaba que al despertarme el viernes todo fuera diferente, la otra parte temía que las cosas entre Samuel y yo cambiaran. No me gustaban los cambios, siempre había preferido que las cosas que funcionaban siguieran como estaban. Me metí en la cama bastante temprano, tan cansada que fui incapaz de pensar en nada cuando mi cabeza se apoyó sobre la almohada. A la mañana siguiente me levanté más animada de lo habitual, aunque me negué a analizar los motivos, sabía que sali con Samuel tenía algo que ver. Me puse unos vaqueros ajustados, unas botas altas y el suéter azul turquesa que me regaló papá por mi último cumpleaños, era perfecto porque resaltaba vieran hablando. Marc nos saludo igual de sonriente por lo que finalmente acabé sintiéndome culpable. Charlamos unos minutos fuera, Samuel y Marc se marcharon a la primera clase del día bromeando entre ellos. Nosotras entramos también juntas y cada una se dirigió a su taquilla, situadas a unos tres metros de distancia en la misma fila. Oliver estaba sacando sus libros cuando me puse a su lado, sin mirarle, y abrí la mía. —Hola Danielle —me dijo amablemente, se le notaba en la voz que sonreía, aunque no me giré para comprobarlo. Apreté los dientes con fuerza y no le contesté—. Oye, ¿el profesor Collins no te enseñó que es de mala educación no contestar cuando te hablan? —me espetó, visiblemente molesto por mi falta de interés. Seguí sin contestar. Procurando mantener la vista fija en mis libros, esperando que se cansara y se marchara. Era lo que había estado haciendo desde el mismo día en que nos conocimos. Cogía sus libros sin mirarme y se marchaba, ¿qué tenía el día de diferente? —Vaya, yo que creía que ser inglés era sinónimo de cortés y educado —comentó haciendo referencia al origen de mi padre. Eso sí que no se lo iba a permitir, mi padre era harina de otro costal. Le miré, echando chispas por los ojos, ¿cómo se atrevía a hablarme? ¿Cómo se atrevía a burlarse de mi padre? —Y supongo que ser medio italiano no es sinónimo de ser un cara dura impresentable. Parece ser que no se puede generalizar, porque tú lo seas no quiere decir que todos tengan que serlo, ¿no crees? —le contesté con toda la rabia que había ido acumulando durante el tiempo que había pasado ignorándome. Me miró cada vez más alucinado, como si no se esperase que reaccionara así. —Pues no eres tan mosquita muerta como pareces —dijo riendo al tiempo que parecía complacido por mi respuesta. —En cambio, tú sí eres tan gilipollas como pareces, puede que hasta un poco más —le solté dando media vuelta y alejándome de él, con las manos temblando de rabia y los ojos brillantes de ira. Samuel estaba al otro lado del pasillo, tan sorprendido de que me hubiera hablado como de lo que yo había contestado. Dos años sin dirigirme la palabra, dos años con las taquillas pegadas y ni una sola mirada, y súbitamente ese día decidía ser amable y comunicativo. Al parecer el hechizo de invisibilidad que había hecho que me ignorara durante los últimos dos cursos, no había hecho el efecto de cada día, ya que inesperadamente, me había visto. Odié la sensación que había recorrido mi nuca cuando nos miramos a los ojos, me enfadé conmigo misma por permitirme recordar… Recogí a Andrea en su taquilla para ir juntas a clase, ella parloteaba sin parar de Oliver y de su extraña actitud, pero se quedó callada en cuanto entramos en clase, papá ya estaba allí. Sabía cuánto odiaba tener que sustituir a nuestra profesora, siempre había evitado darme clase, para que nadie pensara que me favorecía, pero alguien tenía que sustituir a Lucía hasta que llegara el nuevo profesor, si no hubiese sido por él habríamos perdido mucho tiempo de curso. Además el hecho que fuera británico era un privilegio que, por mi culpa, mis compañeros nunca habían podido disfrutar. Se dispuso a explicar y al instante todos se quedaron callados atentos a sus manos y a la pizarra. Mi padre explicaba tanto con sus palabras como con sus gestos. Era realmente un profesor de vocación que adoraba enseñar y que conseguía despertar el interés en sus alumnos. Durante toda la clase evitó el contacto visual conmigo, pero en cuanto la clase terminó me miró interrogante. —Estoy bien —le contesté moviendo los labios. Me sonrió y se marchó para seguir con sus propias clases. Cinco horas más tarde sonó el timbre anunciando que el día en el instituto había terminado por fin. Andrea andaba divagando sobre tops, pantalones ajustados y faldas. Parecía que estuviera frente a mi armario, ya que era capaz de enumerar todas las prendas que lo componían, le sonreí divertida. —¿No crees que lo primero debería ser comer? ¿Qué tal una hamburguesa? —propuse, me miró peor que si la hubiese abofeteado. —Que tú puedas comer todo lo que te de la gana sin engordar un gramo no quiere decir que los demás podamos hacer lo mismo —la miré incrédula, ¿acaso no había espejos en su casa? —¡Pero si estás delgadísima! —protesté enfadada con su absurda obsesión. —Y mi trabajo me cuesta —replicó. Levanté las manos al cielo, dándole a entender lo harta que estaba de sus locuras. —Vale, me rindo, ¿dónde quieres comer? —mi padre tenía planes para el fin de semana, razón por la que Samuel había - 16 - decidido entretenerme esa noche y Andrea estaba decidida a comer conmigo, a pesar que nunca nos poníamos de acuerdo con el menú. —Creo que, como tu padre no termina hasta las cinco, lo mejor será que vayamos a tu casa y pidamos comida china, ¿te has dado cuenta de que no hay chinos gordos? —comentó de pasada—. Así puedo empezar a arreglarte en cuanto comamos —me cogió la mano y miró la pintura desconchada de mis uñas, su gesto era de reproche. —Vale —le dije entre dientes. ¿Arreglarme qué? Me pregunté, al fin y al cabo salía con chicos todos los fines de semana y nunca se había puesto tan pesada. Llegar tarde a clase era una de las cosas que más odiaba, no soportaba deambular por el instituto cuando estaba tan vacío, me daba demasiado tiempo para pensar y eso es justo lo que quería evitar a toda costa, así que crucé los dedos para que el profesor Collins me permitiera entrar en su clase de lengua inglesa y evitarme así el momento a solas. Pero este ya había decidido dejarme fuera, colaborando a aumentar la imagen de rebelde que todos tenían de mí. Su sentido de la puntualidad era parte de su encanto británico, aunque en esta ocasión no lo hubiera definido de ese modo. Vagué por los pasillos intentando no pensar en nada, cuando escuché una dulce voz, una voz que había evitado durante mucho tiempo. I do not wanna be afraid I do not wanna die inside just to breathe in I'm tired of feeling so alone Relief exists, I find it when I am cut1 Me acerqué al aula de música y me quedé clavado en la puerta, Danielle Collins estaba sentada, con un libro en las manos y los ojos cerrados, mientras con su melodiosa voz susurraba la letra de mi canción favorita. I may seem crazy Or, painfully shy And these scars wouldn't be so hidden If you would just look me in the eye I feel alone here and cold here Oh, I don't want to die But the only anesthetic that makes me feel anything kills inside2 Danielle Collins, ¡qué irónico! Su padre acababa de lanzarme a mis recuerdos y su hija acababa de robarme la respiración, 1 No quiero tener miedo. No quiero morir por dentro sólo para respirar. Estoy cansada de sentirme tan sola. El alivio existe, lo encuentro cuando me cortan. 2 Puedo parecer loca o, dolorosamente tímida. Y estas cicatrices no estarían tan ocultas si sólo me mirases a los ojos. Me siento sola y fría aquí. Oh, no quiero morir, y el único anestésico que me hace sentir algo, me mata por dentro ¿surrealista? ¿Qué calificativo describía mejor la situación en que me encontraba? Recordé cómo me llamó la atención cuando llegué al instituto, era guapa, lista y popular, pero no estaba dentro de los parámetros de lo que buscaba, lo que en sí mismo era un auténtico cumplido. Me costó media hora de conversación con ella darme cuenta de ello y en los dos años que llevaba en Armony no había vuelto a dirigirle la palabra, aunque eso no evitaba que pensara en ella, o que no fuera consciente de su presencia cuando coincidíamos cada mañana al recoger los libros. Había intentado borrar muchos recuerdos de mi pasado, pero sin duda el más obstinado era el recuerdo del brillo de los ojos de Danielle. —Hola, soy Oliver, —me presenté cuando me senté a su lado en las gradas mientras nuestro equipo de baloncesto ganaba por ocho puntos. —Yo soy Danielle —respondió con una franca sonrisa. —¿Animas a alguien en especial? ¿Un novio? —mi pregunta fue directa y me sorprendí a mí mismo pendiente de su respuesta. —No, al equipo en general —contestó mirándome a los ojos y ruborizándose al mismo tiempo—. Y tú, ¿no juegas? Negué con la cabeza sin apartar mis ojos de los suyos. —¿Fútbol? ¿Atletismo? ¿Lucha libre? —aventuró. —¿Lucha libre? —pregunté fingiendo estar escandalizado por la idea. —¿Qué tiene de malo la lucha libre? —interrogó juguetona, sus ojos azul oscuro me trajeron a la mente el color del mar durante una tormenta. —No estoy preparado para morir —confesé con toda la sinceridad de la que era capaz y me mordí la lengua intentando que ella no entendiera cuánta verdad escondían esas palabras. —Nadie lo está —contestó sin la chispa con la que le brillaron los ojos unos momentos antes. —Parece que sabes de lo que hablas —comenté sorprendido. —Ni te lo imaginas —me respondió ausente. No tuve que imaginármelo, era imposible guardar un secreto como ese. Cual canto de sirena, escucharla hacía que me muriera por hablarle, aunque sabía que era una pésima idea. Pero ella no abrió los ojos, y yo se lo agradecí con la misma intensidad con la que me molestó que no lo hiciera. Supe instintivamente que era consciente de mi presencia, por lo que me di media vuelta, me obligué a volver al presente y alejarme de ella una vez más. En unos minutos estaría con Theresa, besándonos en los pasillos, y seguramente para ese entonces Danielle Collins estaría fuera de mi mente, de la misma manera que la había echado de mi vida, o al menos eso esperaba. En cualquier caso, iba a seguir esforzándome porque así fuera. |
Sinopsis
Ella
África es una joven de diecisiete años apasionada a la música. Sueña con estudiar alguna carrera social y hacer de este un mundo más justo. Lleva dos años saliendo con Luis, su primer y único amor. Todo entre ellos parece perfecto. Sin embargo todo se complica cuando conocen a Alex en un concierto. La chica queda prendada de su oscura y penetrante mirada. Aquel chico misterioso marca un antes y un después en los sentimientos de la joven.
Él
Alex es un joven introvertido que se pasa horas tocando e improvisando con el bajo. No le va bien en los estudios y su vida social es bastante reducida. Cuando coincide con África en un concierto, su vida cambia. Todo toma sentido y su corazón vibra más de lo normal. Pero nada es fácil, ella tiene novio y hay cientos de kilómetros que los separan.
12 de Febrero del 2011 Ella - ¡Qué bien! ¡Qué contenta estoy! Gracias, gracias y mil veces gracias cariño. - África se acerca rápidamente a besar a su novio. - Jajá, estás loca. - Sonríe Luis. Ellos llevan juntos cerca de tres años. A pesar de que ambos solo tienen dieciocho años (África aún no los ha cumplido, le falta poco más de un mes), comenzaron su relación cuando eran dos quinceañeros con sueños locos por cumplir. Siempre se habían entendido a la perfección. Tenían muchas cosas en común y un mundo entero por comerse, sin embargo, últimamente no todo marchaba bien. África anhela y sueña con los días en que los dos eran uno, en los días que nada ni nadie los distanciaba, en los días en los cuales todo era perfecto entre ellos. Ella nunca había estado enamorada hasta que lo conoció, ni siquiera era consciente de que esa palabra significaba tanto. Sin embargo, ahora que lo sentía, ahora que estaba ciega, tiene mucho miedo a sufrir. No quiere ni imaginarse que su relación pueda acabar y la inseguridad que eso le conlleva estropea su relación a cada paso que da. Aun así intenta crear de cada situación, una ilusión y da lo mejor de ella al chico que la hizo suya por primera vez. - Ya queda poco chicos, la sala de conciertos está a pocos metros, estamos llegando.- Alerta Jorge. - ¡Joder! Se me está haciendo eterno, estos nervios no me dejan ver más allá. Qué ganas de llegar, nunca pensé que los vería en directo. Quiero cantar, quiero chillar, quiero saltar… ¡Voy a darlo todo chicos! - África era incapaz de controlar su emoción. No tardaron ni cinco minutos en llegar al lugar donde se haría el concierto. Habían quedado con los demás foreros en una de las esquinas de la sala. Habían decidido verse antes de que el concierto comenzara y así escuchar juntos al grupo que tanto adoraban. Ni Luis, ni Jorge habían entrado nunca en aquel foro, así que solo ella conocía sus nombres y los detalles exactos de aquella quedada. Nada más llegar los reconoció. Por un lado estaba Javi, un chico de su misma edad, junto a unos amigos y por otro estaba, Fran, algo mayor que ella, en compañía de los componentes de su pequeño grupo musical. África se acercó decidida a saludarlos y presentarse. Agradeció que los nervios no le jugaran una mala pasada y actuó de forma segura y tranquila. Presento sus nuevas amistades a sus acompañantes y viceversa. Estaba encantada con todo aquello, era estimulante coincidir con diversas personas que tenían su misma afición. Ella vivía en un pequeño pueblo en la provincia de Huelva y gente que adoraran la música alternativa como ella no predominaba. De hecho, estaba cansada de ver las mismas caras cada sábado en el único local alternativo de su capital. - ¡Dios chicos! No pensé que este día por fin llegaría. Después de tantos cambios, de tantas dudas, de tantos meses… por fin estamos aquí poniéndonos cara. - Javi estaba tan o más emocionado que África y sus palabras hablaban por si solas. - ¡Yo estoy como tú! Llevo todo el día nerviosa y temblando como un flan. ¡Tengo a Luis mareado! Pobrete… Todo lo que tiene que aguantar… - El miedo y la inseguridad que tenía respecto a su relación hacía eco en su tono. - Bueno tampoco es para tanto cielo, esto te hace muchísima ilusión, pero a mí también y yo por verte sonreír como lo estás haciendo hoy, soy capaz de todo. - ¡Oh! Qué bonito es el amor. ¡Dejad las cursilerías! Estamos aquí para escuchar buena música, vibrar con acordes y saltar como locos. Así que… ¿A qué esperamos? Vamos para dentro. Cojamos buena posición, quiero poder tocar las cuerdas del bajo con mis propias manos, así que busquemos sitio en la primera fila. Las palabras de Fran entusiasman a todos. Juntos entran en la sala y el concierto comienza. África está feliz, contenta por la elección de su regalo. Canta como una chiquilla y salta como una desquiciada. Además se siente muy a gusto, está rodeada de chicos y bajo su punto de vista, todos guapísimos. Sin embargo, los ojos de África se centran particularmente en un chico. Es uno de los amigos de Fran, si no mal lo recuerda de las presentaciones, toca el bajo en el grupillo que forman. Es alto, delgado, con una larga melena lisa y unos ojos que transmiten curiosidad. No le brillan, pero resaltan. Además no ha hablado en toda la noche, ni cuando las presentaciones, se ha limitado a asentir y a saludar con gestos. Es un chico raro, eso lo sabe, pero le atrae. En conjunto es un chico de lo más atractivo. Por un instante siente la necesidad de acercarse, de hablarle, de preguntarle, de conocerlo, pero se acuerda que junto a ella está Luis y no están pasando un buen momento para que él la pille "tonteando" con un chico. El concierto sigue su cauce y después de algunos "Bises" llega a su fin. Todos coinciden en que han estado geniales. Son una máquina en directo y sentirlos tan cerca ha sido una experiencia única e irrepetible. A ninguno le ha importado el calor que hacía en aquella sala repleta de personas. Una vez fuera, se despiden. Cada uno tiene que volver a su origen y aunque saben que será complicado, se prometen volverse a ver. África está encantada de que Luis haya conectado tanto con Fran. Era algo que le preocupaba antes de la quedada, pero esas preocupaciones fueron en vano. Se han hecho amigos y han decidido seguir en contacto por internet. Todo ha salido a pedir de bocas, piensa. De vuelta a casa de Jorge, recuerda a aquel chico. No se acuerda de su nombre, pero está segura de que lo averiguara. Piensa mover cielo y tierra por un acercamiento. Quiere conocerlo, que se deje llevar, descubrirlo… Por un momento se olvida que todo aquello tenía como fin el concierto de sus ídolos y no haber quedado marcada por un chico. ¿Cómo puede pensar en él estando enamorada de Luis? ¿Qué le ocurre? ¿Por qué no consigue sacarlo de la cabeza? Ni en la cama intentando descansar al lado de su primer amor, el rostro de este chico sale de su mente. Se siente mal y pequeña ante estos sentimientos. Desde que sale con Luis no ha habido ningún otro chico que le robara el sueño. ¿Por qué no puede conciliarlo ahora? Él Es la primera vez que Alex sale de su ciudad. Siempre ha sido un chico reservado y no ha tenido muchas amistades. Cuando los componentes de su pequeña banda le dijeron que los acompañaran al concierto de uno de sus grupos favoritos, dudo. Por un lado se moría por verlos en directo pero por otro, no sabía si encajaría en el grupo. Hace un año que los conoce, sin embargo solo los ve en los ensayos. Cuando termina de tocar siempre vuelve a casa a seguir tocando. Nunca continúa la fiesta con ellos. El peso de verlos en directo, pudo con su timidez y accedió acompañarlos. Una vez allí, Fran el creador de su banda, le confeso que tenían que esperar a otros chicos que compartirían el concierto con ellos. Su colega había quedado con algunos foreros para conocerse en persona y aunque la idea no le agradaba para nada, tuvo que conformarse. Por suerte, los demás no tardaron en llegar. Todos eran chicos menos una…la única chica del grupo era una joven morena, con el pelo largo. Era una chica bajita y con curvas, pero para él era preciosa. Su rostro estaba radiante, tenía una sonrisa preciosa y sus ojos brillaban. Ella venia junto a dos jóvenes. Cree intuir que uno de ellos es su novio por como bromea y se acerca a él. Alex se mantiene al margen. Cree que estorba entre tantas presentaciones, prefiere quedar en un segundo plano y disfrutar de la música. Cuando comienza el concierto, alucina. El grupo que toca es uno de sus favoritos y conoce muchas de sus melodías. Él las versiona en casa cuando está a solas. En directo suenan muy bien. Tiene un poco de envidia, le encantaría estar en el lugar de ellos con su banda. Sueña con que algún día sea él quien toque en un gran escenario como aquel. De repente se da cuenta que la chica lo mira de fijamente e incluso se atrevería a decir, que le sonríe. Él también la mira, le causa curiosidad aquella joven, cuanto más se fija en ella, más guapa la ve. Le gustaría acercarse y preguntarle porque lo mira, pero su timidez y la cercanía de su novio se lo impide. Siempre respeto a las chicas con pareja y esta vez no iba a ser especial. El concierto acaba y con ello las despedidas. Una vez que vuelve a estar solo con su grupo, se siente más cómodo. Comenta abiertamente que le ha parecido el concierto pero oculta lo que ha sentido al ver a la chica. Vuelven a casa esa misma noche, cogen un autobús de madrugada hasta su ciudad. Son cuatro horas de viaje e intenta descansar. No lo consigue, el rosto de aquella joven lo persigue. África cree que se llama, lo que daría por conocerla… Copyright. Rocío P. Soriano - La Leyenda Del Sueño |
Mucha suerte para ellas ^^
Muchas gracias guapa por hacerme un hequecito en tu espacio.
ResponderEliminarUn besote